1970 – 1979
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1973. Vuelo a Buenos Aires

1970 – 1979

Estoy volando, literalmente. Salí de Lima hace un par de horas. Me he quedado dormido. El cansancio y la angustia que acompaña a la incertidumbre han hecho su trabajo. A poco de partir me dormí con la cabeza apoyada en la ventanilla. Se que soñé. Muchos y diversos sueños que no recuerdo.

En ese estado particular en que comienzas a despertar y no sabes si estás dormido soñando o recordando, volviendo lentamente a la lucidez de la vida corriente, miro hacia afuera y me parece ver mar.

¿Mar? Me sobresalto, ¿mar? ¿dónde estamos? Estoy yendo a Buenos Aires ¿por qué mar? ¿tan rápido llegamos al Atlántico? Vuelvo a sentir el violento retorcijón en el abdomen y la sensación de frio que baja por la espalda que me viene junto con el miedo.

Ya conozco esa asociación. La tuve navegando de niño desde el faro a Melinka y de adolescente cruzando el Corcovado. Las olas se te vienen encima, una tras otra, embarcándose por la proa, barriendo la cubierta, amenazando enterrarte para siempre. Los muy marineros conocen el mar y su embarcación, confían en que ella y su pericia harán que eso no ocurra. Pero yo era un niño o cuando más un aprendiz.

La he tenido más de una vez en estos meses, después del golpe.  Ahora soy de nuevo un aprendiz.

Tengo miedo. Compré un boleto a Buenos Aires. ¿No será que …? No alcanzo terminar de formularme la pregunta, por el altoparlante se escucha “estimados pasajeros, hemos iniciado el descenso hacia el aeropuerto de Pudahuel en Santiago de Chile, rogamos abrochar sus cinturones y enderezar el respaldo de sus asientos”

¿Cómo? ¿Me equivoqué? Pero estoy seguro que este vuelo va a Buenos Aires. Es mi segundo vuelo internacional en la vida. Es más, en total debo haber volado en no mas de tres o cuatro ocasiones.

Salí de Santiago hace tres días. Era parte de un equipo de coordinación. Uno fue atrapado en el norte, dos se han asilado. La dirección ha decidido que debo salir del país, ya no soy útil, es probable que haya sido identificado, soy un riesgo para la organización. Pero no quería asilarme.

Decidieron sacarme lo más rápido posible. ¿porqué a Perú? No lo sé. Imagino que porque era la alternativa posible. Debí dejar el Hospital de un día para otro dejando una estela de preguntas sin contestar, cubierto por el silencio solidario de mi jefe. Por fortuna no todos los de derecha son fascistas o delatores.

En la premura tuve que partir solo. La peque desarmará nuestra casa y esperará que podamos reunirnos en algún lugar. No conozco mi destino final. Solo me indicaron que debía llegar a Buenos Aires. Una vez allí, en territorio seguro, me dirán que hacer. Es lo que me informó el pollo cuando me fue a dejar al aeropuerto, en mi furgoncito Citroën, para verificar que efectivamente lograba salir del país. Atrás quedaron la familia, los amigos, los planes, mi carrera. No se si podré volver a ejercer ni de que manera.

Me logro controlar. Nadie se ha dado cuenta de lo que me pasa, creo. Espero, y sí, aterrizamos en Santiago.Tres días después de haber salido. Pienso – no tengo que bajarme- esperaré sentado en el avión que el vuelo continúe. Pero no, hay que bajarse. No sé lo que ocurrirá, los de mi vieja red, enterados de que logré salir a salvo, están autorizados para hacerme responsable de cualquier cosa que les puedan imputar. Jamás imaginarán que estoy aquí de nuevo. Es posible que ahora si esté identificado y mi nombre figure en la lista de buscados.

Desciendo del avión caminando a paso cortito, entonces no había mangas, sigo al grupo y de pronto reparo en que, al llegar a una mampara, el grupo se divide, unos siguen un camino marcado como “Migración” o algo similar y otro “sala de tránsito”. Ahora comprendo, estoy en tránsito a Buenos Aires desde Lima, entro a una sala en la que nadie me pide documentos. Es más, me dan una tarjeta que acredita mi condición, que me solicitarán al reembarcarme. He adquirido un concepto que no conocía: el de “sala de tránsito”. He iniciado el aprendizaje. En el futuro ese concepto me será muy útil.

Embarco, vuelvo a salir de Chile. Ahora si voy a Buenos Aires. ¿Cómo iba a saber que los vuelos no eran directos? Que no necesariamente seguían la línea recta sino iban recogiendo pasajeros por el camino. Todavía hoy hay vuelos de Lima a Buenos Aires que recalan en Chile. Era aprendiz y, a pesar de haber estudiado en Santiago y vivido un par de años, seguía siendo provinciano.

Llegué a Buenos Aires de noche. Nadie me esperaba. Tenía que llegar a un hotel, Tucumán quinientos y algo, casi esquina con Florida, donde tendría una reserva. En muy escasas ocasiones había estado en un hotel. Salí del aeropuerto sin problemas, averigüé y viajé al centro en un bus Manuel Tienda León. ¿Tienda será un apellido? Me pregunté.

En el viaje, eterno, lo sentí. Filas de altos edificios pegados unos a otros, sin espacio entre ellos. Me pareció de otro nivel. Comparando, Santiago era una ciudad pequeña, bajita. Mas me impactó Tucumán y Florida, al lado de Lavalle, entonces la calle de los cines. Letreros luminosos, luminarias, gente como si fuera medio día, los comercios abiertos, los restaurantes llenos. Recordé que había oído hablar de Buenos Aires “la ciudad que nunca duerme” entendí a que se referían.

Me sentí apabullado, la Argentina vivía la euforia de la vuelta de Perón. Había espacio para todas las corrientes de pensamiento. Algunos, sin conciencia de realidad, se imaginaban repitiendo la gesta del Libertador, liberando América Latina. No intuían lo que se cernía, ha no imaginaban de lo que serían capaces sus militares. Tampoco lo habíamos imaginado nosotros.

Llegué al hotel. Allí estaba mi reserva y una nota con un teléfono. Llamé, verificaban que había llegado. “Tranquilo” me dijeron – debes estar cansado y hambriento – come en el hotel y duerme, te recogeremos mañana.

Fui al comedor, pedí un sándwich y, tratando de agrandarme, una cerveza. ¡Cerveza! Yo que no tenía ninguna costumbre. El mozo, que me pareció alto, rubio, canchero – ¿porrón o cerveza? preguntó. No entendí lo que preguntaba y para salir del paso – cerveza – dije. No sabía que allí porrón es la botella pequeña, la que yo quería. Por cerveza entienden la botella grande de 750 y esa trajo. No me quedó otra que tomarla, trago a trago, lentamente pensando en lo que había pasado, tratando de imaginar lo que vendría.

No sabía entonces que un año después volvería a Buenos Aires. Tras el asesinato de don Carlos Prats, y el apresamiento y desaparición de numerosos de dirigentes latinoamericanos que habían llegado a esa argentina efervescente, se haría necesario personas nuevas para mantener abierta la ruta de entrada y salida al Chile en dictadura. Era el tiempo de la Operación Cóndor. Tampoco que sería el encargado de hacerlo, allí retomaría mi profesión, encontraría a Fortunato Benaím mi maestro, me convertiría en un experto especialista, viviría otro golpe de estado y su correspondiente ola represiva tanto o más brutal que la nuestra, nacerían mis hijos, serían casi cinco años. Por un largo tiempo Buenos Aires y Puerto Montt serían mis referentes de ciudad, no Santiago. Volvería año tras año, decenas de veces, unas como turista otras para participar en un curso o un congreso, hasta sería profesor invitado.

Cerveza de por medio, cavilando me fui a dormir. No se puede adivinar el futuro. No existen vocaciones sólo oportunidades. Dormí profundamente. Mañana me recogería la organización. A los 27 años estaba por iniciar una etapa nueva en la vida.

 

JV/agosto 2020.